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84 Biblioteca de los Americanistas.

rebelde de Sacattepeques persistía en su libre determinación, mas que en el mismo pueblo había otro bando de parte de las armas castellanas con quien había dos días que traían guerra; habiéndose salido del pueblo los realistas (que así los llamaremos) á las barrancas y rancherías de las milpas, donde eran infestados con la molestia de los asaltos y robos del rebelde, y que á el español y los tres tlaxcaltecos que hicieron prisioneros los habían sacrificado á su ídolo Camanelon. Este español dice el manuscrito de mi tradición que se llamaba Illán López, manchego de nación, y que en las demás facciones había mostrado valiente y gallardo espíritu y que era soldado de reputación y crédito.

Ardiendo en ira quedó Portocarrero cuando oyó la atrocidad del rebelde, y al mismo instante hizo tocar a marchar, no parando el fervor de su corazón hasta el pueblezuelo de Ucubil, de donde habiendo alojado y acuartelado sus tropas y sus escuadras hizo embajada á los realistas de las milpas, con noticia de su llegada, y allí se le juntaron hasta ochocientos déstos, conducidos y alentados de un principalejo llamado Huehuexuc: con que se ordenó la fuerza de nuestro ejército de mil quinientos noventa hombres, nombrando á éstos otros cuatro cabos españoles, que fueron Juan Resino, Sancho de Barona, Joanes de Verástigui y Andrés Laso; cuyo número había de combatir con el desigual y crecido de ocho mil rebeldes, de cuya parte aseguraron haber muerto en las refriegas pasadas la mitad de un sontle, que son doscientos indios.

Aprestado este número de buen ejército por el fervor de los que en él se alistaban, y dejando veinte indios y dos españoles en custodia de Ucubil, para la retirada y provisión de vituallas, pasó á alojar media legua de allí y una del pueblo rebelado, en la propia y descubierta campaña; desde donde á la mañana del siguiente día hizo el teniente general Portocarrero embajada al pueblo rebelado de Sacattepeques, llamándolos de paz, no arrastrando á las muertes de unos y otros y al cúmulo y horror de tantos daños y sangrientas atrocidades que amenazaban, porque el entendi-