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discurso preliminar. XXVII

sospechas, alimentadas con denuncias de algunos indios, de que combinaban levantarse con los suyos y matar á todos los españoles. Refiriéndose á aquellas tristes escenas, dice el soldado historiador con la llaneza y sinceridad que tan bien parecen: «Yo tuve gran lástima de Guatemuz y de su primo, por haberlos conocido tan grandes señores; y aun ellos me hacían honra en el camino con cosas que se me ofrecían, especial en darme algunos indios para traer hierba para mi caballo. Y fué esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal á todos los que íbamos á aquella jornada.» Lo mismo debió sentir luégo Cortés, porque, según el mismo soldado afirma, «desde entonces pareció que de noche no reposaba de pensar en ello: y salíase de la cama donde dormía, á pasear en una sala á donde había ídolos, que era aposento principal de aquel pueblezuelo, y descuidóse, y cayó más de dos estados abajo, y se descalabró la cabeza y calló, que no dijo cosa buena ni mala sobre ello, salvo curarse la descalabradura; y todo se lo pasaba y sufría.»

¿Se fundaría acaso Cortés para tomar aquella terrible resolución en el tumulto producido la noche del rebato de los bastimentos, ó en algunos otros sediciosos incidentes de la marcha, todos graves, sin duda, en las apuradísimas circunstancias que atravesaba?

Todo pudo contribuir á ello; aunque más bien debe suponerse que si hubo plan se combinó en Mexico. Cortés, que sacó de la capital á los caciques, y los llevó consigo á la jornada para quitar toda bandera de rebelión á los que pudieran intentarla contra los conquistadores, sabía bien que los poderes caídos jamás se conformaron con las privaciones de la adversidad; y como comprendía igualmente que en cualquiera ocasión propicia, aunque los propósitos de Cuauhte-

    pág. 133), que juntamente con Cuauhtemotzin, rey de Mexico, mandó Cortés ahorcar en Izancanac, uno de los días del Carnaval de 1525, á Coanacotzin, rey de Acolhuacan y á Tetlepanquetzaltzin, rey de Tlacopan.