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QUO VADIS

ocercaban íbase calmando el viento, tranquilizábanse las aguas, agrandábase la luz.

La multitud ahora empezaba á entonar tiernos himnos, el aire hallábase impregnado del aroma del nardo; en la superficie del agua emergía un hermoso arco iris cual si desde el fondo del lago surgieran en harmoniosa combinación un ejército de lirios y de rosas, y por último el bote asentó seguramente su quilla en la arena.

Ligia le tomó la mano entonces y dijo: «¡Ven, yo te conducirél» y le llevó hasta la región de la luz.

Vinicio despertó nuevamente, pero el ensueño se iba disipando en él con lentitud, de manera que no volvió desde el primer momento á la conciencia de la realidad.

Parecióle todavía, por espacio de breves instantes, que se hallaba en el lago, por las multitudes, entre las cuales, ignoraba por qué razón, empezó á buscar á Petronio, sorprendiéndose al no hallarlo.

La brillante luz procedente de la chimenea, cerca de la cual no había ahora ninguna persona, le hizo recobrar por completo la visión real de las cosas. Trozos de leña de olivo á la sazón íbanse consumiendo bajo las rosadas cenizas; pero las astillas de pino que evidentemente habían sido puestas allí sólo algunos momentos antes, daban una llama brilladora, á cuya luz pudo Vinicio ver á Ligia, que estaba sentada no lejos de su lecho.

La vista de la joven le impresionó hasta el fondo del alma.

Recordó que ella había pasado la velada anterior en Ostrianum, que durante el día entero se había ocupado en atenderlo y ahora, cuando todos acababan de retirarse á descansar, ella era la única que á su cabecera velaba.

Fácil era adivinar su cansancio. Se hallaba sentada inmóvil y tenía cerrados los ojo Vinicio se preguntó si estaría dormida ó solamente absorta en sus pensamientos.

Contempló su perfil delicado, sus pestañas caidas lán-