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QUO VADIS

En los semblantes de los oyentes, advertíase una unción ilimitada, una inconsciencia de la vida, un transporte y un amor incomensurables.

Era evidente que durante la prolongada narración de Pedro, algunos de ellos se habían sentido como bajo el influjo de visiones extraterrenas.

Y cuando empezó á referir cómo, en el momento de la Ascensión, las nubes se habían cerrado bajo los pies del Salvador, y le habían cubierto y ocultádole luego á la vista de los Apóstoles, todas las cabezas alzáronse instintiva mente hacia el cielo, sucediéndose un momento de espectativa, cual si todas aquellas gentes esperasen ver allí al Señor ó presenciar su descenso de las regiones etéreas, pa ra ser testigo de cómo el anciano apóstol apacentaba las ovejas que le habían sido confiadas, y para bendecirle á él y á su rebaño.

Roma no existía para aquella multitud, ni el hombre á quien llamaban César; ni existían templos de dioses paganos: sólo había para ellos Cristo, Cristo que llenaba la tierra, los mares, los cielos y el orbe entero.

Y entretanto, en las casas esparcidas aquí y allí, á lo largo de la vía Nomentana, cantaban los gallos anunciando la media noche.

En ese propio instante, Chilo tiró de un extremo del manto de Vinicio, y dijo á su oido: —Señor, allí, no lejos del Apóstol, veo á Urbano: con él se halla una joven.

Vinicio sacudióse como si tratara de salir de un sueño, y volviendo la vista en la dirección señalada por el griego, vió á Ligia.

CAPÍTULO XXI

Tembló hasta la última fibra del joven patricio y pareció agolpársele toda la sangre al corazón á la vista de la joven.

Olvidóse de la multitud; del anciano, de su propia insó.