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PLAGIADO

—¡Ah! ya hemos dado cuenta de dos, dijo.—No, aun no hay derramada mucha sangre. Ellos volverán.

Á vuestro puesto, David. Esto ha sido como un trago antes de la comida.

Me aposté de nuevo en mi lugar cargando las tres pistolas que había disparado, volviéndome todo oídos y ojos.

Nuestros enemigos estaban empeñados en una disputa en la cubierta, no lejos de nosotros, y tan alto hablaban que pude oir una palabra ó dos.

—Suan es quien lo echó todo á perder, dijo uno.

Y otro respondió: —Le ha costado caro.

Después las voces fueron menos audibles. Pero ahora una persona habló la mayor parte del tiempo, como si propusiera un plan, y luego otros respondían brevemente, á manera de hombres que reciben órdenes. Esto me dió la seguridad de que retornaban al ataque y se lo comuniqué á Alán.

—Es lo que deseo,—dijo.—Á menos que reciban una buena lección de nosotros, y pronto, ni Vd. ni yo podremos dormir un minuto. Pero esta vez, téngalo por seguro, la cosa será seria.

Mis pistolas estaban ya listas y no me quedaba otra cosa que hacer sino tener el oído atento y esperar. Mientras duró la refriega, no tuve tiempo para pensar si tenía miedo, pero cuando reinó la calma, no pensaba en otra cosa. La idea de las armas afiladas y del duro y frío acero me dominaba, y cuando empecé á oir pisadas sigilosas y el roce de los vestidos de los hombres contra el costado de la sobrecámara, y comprendí que estaban ocu-