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LA CÁMARA DEL CAPITÁN

el día tenía que correr del uno al otro de mis tres amos llevándoles un trago; y por la noche dormía en el suelo sobre una frazada, al extremo de la cámara, y entre las dos puertas. Era una cama dura y fría. No se me dejaba dormir sin interrupción, porque siempre venía alguno de la cubierta para beber un trago, y cuando se renovaba la guardia, dos de los oficiales, y á veces los tres, venían á sentarse y á beber un ponche juntos.

Para mí es un misterio cómo podían conservar la salud.

Mi servicio, por otra parte, era fácil. No había que poner manteles; las comidas eran muy sencillas, un potaje de harina de avena, ó un pedazo de cecina, ó cosas por el estilo. Como yo no estaba acostumbrado al movimiento del buque, á veces me caía con lo que les llevaba, y tanto el Sr. Riach como el capitán daban muestras de una paciencia ejemplar. Me figuraba que querían acallar sus conciencias, y que no hubieran sido tan buenos para conmigo á no haber sido tan malos con Ransome.

En cuanto al Sr. Suan, la bebida ó su crímen, ó acaso ambas cosas, habían perturbado seguramente su inteligencia. No recuerdo haberle visto una sola vez en su cabal juicio. Nunca se acostumbró á mi presencia en la cámara, y continuamente fijaba en mí las miradas (á veces me parecía que con cierto terror) y en más de una ocasión retrocedió cuando le servía. Desde el principio creí que él no tenía exacta idea de lo que había hecho, y al segundo día de estar yo en la camára tuve la prueba de ello. Nos hallábamos solos, y me había estado mirando un largo rato, cuando de repente se levantó, pálido como