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PLAGIADO

po, ni tan desprovisto de todo consuelo ó esperanza, como las primeras horas que estuve abordo del bergantín.

Оi un cañonazo, y supuse que la tempestad había arreciado de tal modo que estábamos pidiendo auxilio.

La idea de que podría verme libre, aunque fuera por medio de la muerte en las profundidades del mar, fué acariciada con regocijo. No había nada de eso sin embargo, porque, como supe más tarde, era una costumbre del capitán que demuestra que el hombre más perverso puede tener su lado bueno. Parece que entonces estábamos á unas cuantas millas de Dysart, donde se construyó el bergantín y donde vivía la madre del capitán, el cual nunca permitió que el Covenant pasara por aquel lugar, ya entrando ó saliendo, sin desplegar las banderas de día y disparar un cañonazo.

Yo no tenía idea del tiempo: el día la noche eran y iguales para mí en aquella especie de caverna mal oliente del buque donde me hallaba, y lo lastimoso de mi situación hacía que las horas me pareciesen aún más largas.

No puedo decir el tiempo que permanecí esperando que la embarcación se estrellara contra las rocas ó se hundiera en el fondo del mar. Pero al fin el sueño vino en mi auxilio.

Me despertó la luz de una linterna de mano que brillaba ante mi rostro. Un hombre de pequeña estatura, de unos treinta años de edad, ojos verdes y pelo rubio y abundante, estaba de pie ante mí contemplándome.

—¿Cómo va?—me dijo.

Respondí con un sollozo, y el hombre me tomó entonces el pulso, me tocó las sienes y se sentó á lavarme y vendarme la herida que tenía en la cabeza.