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LO QUE ACONTECIÓ EN EL EMBARCADERO DE LA REINA

blar dos palabras,—y enganchándome del brazo, continuó en voz alta: ¿ Qué quiere Vd. que le traiga de las Carolinas? Todo amigo del Sr. Balfour puede ordenar lo que quiera. ¿Un rollo de tabaco? ¿Trabajos de plumas de los indios? ¿ La piel de una fiera? ¿Una pipa de fumar de piedra? ¿El pájaro llamado sinsonte que maúlla como un gato? ¿El pájaro llamado cardenal que es de color tan rojo como la sangre ?—Escoja Vd. lo que quiera.

En esto llegamos cerca del bote, y me dijo que entrara. Ni por un momento pensé en negarme; yo creía (¡ pobre mentecato!) que había hallado en él un buen amigo y auxiliar, y me regocijaba con la idea de ver el buque. Tan pronto como estuvimos en nuestros puestos, el bote se separó del muelle y comenzó á moverse sobre las aguas; y con el placer que me causaba este movimiento nuevo para mí, y con la sorpresa que experimentaba al ver cuán bajos estábamos, y el aspecto de las costas, y el tamaño cada vez mayor del bergantín á medida que nos acercábamos á él, apenas pude comprender lo que el capitán me decía, y debí responderle sin ton ni son.

Cuando llegamos al lado del bergantín, el capitán, diciendo que él y yo éramos los primeros que habíamos de subir abordo, ordenó que arrojaran un calabrote, que me subió al buque y me dejó en la cubierta, donde ya estaba él esperándome é inmediatamente enganchó su brazo en el mío. Allí permanecí un rato, algo mareado con la movilidad de todo lo que me rodeaba, y quizás algo asus La Carolina del Norte y la del Sur, en lo que hoy son los Estados Unidos.