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PLAGIADO

pared parecía, al tacto, ser de piedra tallada; los escalones también, aunque algo perpendiculares y estrechos, eran de obra de albañilería pulidos y sólidos. Recordando lo que me había dicho mi tío acerca de los pasamanos, me mantuve lo más cerca posible del lado de la torre y busqué á tientas el camino en aquella intensa obscuridad, con agitado corazón.

La casa era de cinco pisos, sin contar los desvanes. Á medida que avanzaba me parecía que la escalera se volvía más aérea y un tanto más ligera; y me preguntaba cúal podría ser la causa de este cambio, cuando brilló un segundo relámpago. Si entonces no grité fué porque el miedo me cerró la garganta; y si no rodé hasta abajo, fué más bien por la misericordia celeste que por mi propio esfuerzo. La luz del relámpago no sólo brilló al través de todos los intersticios de la pared, de modo que me figuré que estaba trepando sobre un andamio abierto, sino que la misma claridad me dejó ver que los escalones eran de tamaño desigual, y que uno de mis pies estaba en aquel momento á dos pulgadas del vacío.

"¡Esta era la gran escalera!" Fué el pensamiento que se me occurió, y una especie de cólera valerosa se apoderó de mi corazón. Mi tío me había enviado allí para que corriera un peligro seguro, y quizás para morir. Juré hacerle pagar ese "quizás," costase lo que costase. Me agaché pues, y arrastrándome sobre las manos y las rodillas, y tan lentamente como un caracol, tentando cada pulgada de terreno, y probando la solidez de cada piedra, continué ascendiendo la escalera. La obscuridad, merced al contraste del relámpago, parecía haberse redoblado. Ni fué eso todo, porque me zumbaba en los oídos el revolo-