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PLAGIADO

en pie, cruzó la habitación, y viniendo á mi lado me puso la mano en el hombre, diciéndome: Me alegro —Al fin concluiremos por entendernosmucho de que hayas venido. Y ahora vete á acostar.

Con gran sorpresa mía no encendió ni lámpara ni vela, sino penetró en un corredor obscuro, respirando profundamente, subió las escaleras y se detuvo delante de una puerta que abrió. Yo estaba detrás de él, pues le había seguido, tropezando aquí y allí, y me dijo que entrara en la habitación, que sería la mía. Hice lo que me dijo, pero me detuve después de haber dado un par de pasos y pedí una luz para irme á acostar.

—Tu, tu, tu,—exclamó el tío,—hay una hermosa luna.

—Ni luna, ni estrellas, sino completa obscuridad,—le dije, no puedo ver mi cama.

—¡ Bah! ¡ bah! exclamó de nuevo,—luces en una casa es algo que no me agrada. Tengo un gran temor á un incendio. Buenas noches, David, buenas noches.

Y antes de que tuviera tiempo de hacer otra protesta, tiró de la puerta y le oí que me cerraba por fuera. No sabía si llorar ó reirme. El cuarto estaba frío, y la cama, cuando al fin pude dar con ella, me pareció también muy fría; pero felizmente había subido con mi paquete y mi manta y envolviéndome en ésta, me tendí sobre el piso, bajo la protección de la gran cama, y pronto me dormí.

Con el primer albor del día abrí los ojos y me encontré en una gran habitación, amueblada bellamente, y á la que daban luz tres ventanas. Debió de haber sido hace diez ó quizá veinte años un cuarto agradable para dormir o despertarse en él; pero la humedad, la suciedad, la falta de uso y los ratones y las arañas habían produ-