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PLAGIADO

ningunas, sino le entregué la carta y me senté á comer el potaje con tan poco apetito como jamás lo tuvo un joven de mi edad.

Entretanto mi tío, inclinándose sobre el fuego, le daba vueltas á la carta entre las manos.

— Conoce Vd. su contenido?—me preguntó de repente.

—Vd. puede ver que el sello está intacto,—le dije.

—Sí,—replicó —¿ para qué ha venido Vd. aquí?

—P'ara darle esa carta.

—No,—dijo con cierta malicia.—Vd. debe de haber venido aquí con alguna esperanza ¿ no es verdad?

—Confieso, señor, repliqué, que cuando se me dijo que tenía parientes bien acomodados me lisonjeó la esperanza de que podrían hacer algo por mí. Pero no soy ningún mendigo; no solicito favores de Vd., y no deseo los que no se me hagan espontáneamente y de buena voluntad, pues por pobre que sea mi aspecto, tengo amigos que tendrán gusto en ayudarme.

—Tu, tu,—dijo mi tío,—no eches esas roncas conmigo, pues concluiremos al fin por entendernos. Y, David, amigo mío, cuando hayas comido de ese poco de potaje, tomaré un par de cucharadas. Sí,—continuó después que me hizo dejar la silla y la cuchara,—ese potaje es un gran alimento, excelente, saludable. Á tu padre le gustaba mucho; aunque comía poco, lo hacía con apetito; en cuanto á mí, me contento con un par de bocados.

Diciendo esto tomó un trago de cerveza, lo que seguramente le hizo recordar los deberes de la hospitalidad, pues al punto me dijo: —Si tienes sed, hallarás agua detrás de la puerta.