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LLEGO Á MI REINO

Ni una palabra profirió mi tío; sino que se quedó como clavado donde estaba, mirándonos como un hombre que se hubiera convertido en piedra. Alán le quito su arcabuz; y el abogado, asiéndole del brazo, le hizo levantarse del escalón donde estaba, lo condujo á la cocina, donde le seguimos todos, y lo sentó en un sillón junto á la chimenea.

Todos le miramos un momento, orgullosos de nuestro triunfo; pero, sin embargo, con cierta especie de compasión, por la vergüenza de aquel hombre.

—Venga Vd., Ebenezer, venga Vd.,—dijo el abogado,—no se abata tanto, porque le prometo que nuestras condiciones serán moderadas. Entretanto, denos la llave de la despensa, para que Torrance nos saque una botella del vino de su padre de Vd., para celebrar el acontecimiento. Y luego, dirigiéndose á mí y tomándome de la mano, me dijo: "Sr. David, le felicito á Vd. por su buena fortuna, que creo merecida." Se volvió á Alán, y con cierto aire socarrón le dijo: —Sr. Thomson, le felicito cordialmente; ha conducido Vd. el asunto de una manera admirable; pero en un solo particular no pude comprenderle. ¿Es el nombre de Vd.

Santiago, ó Carlos, ó acaso Jorge?

—Y ¿ por qué ha de ser uno de esos tres nombres, señor?—replicó Alán; estirándose cuanto pudo, como si presumiera que se le quería ofender.

—Sólo, señor, porque Vd. mencionó el nombre de un rey, replicó el abogado, y no recuerdo que haya habido un rey Thomson, ó, al menos, no ha llegado á mi noticia, y juzgo por lo tanto que Vd. debe de haberse referido á él.