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VOY EN BUSCA DE MI HERENCIA

nio ó arreglo?—Estas y otras preguntas por el estilo me fué haciendo á largos intervalos, mientras bebía el vino que tenía sobre la mesa. Cuando hube respondido á todas, seguramente á satisfacción suya, volvió á sumergirse en honda meditación, hasta el punto de olvidar su clarete. Entonces tomó una hoja de papel y un lápiz, y se puso á escribir, pesando cada palabra; y al fin, tocó una campanilla é hizo entrar á su escribiente.

—Torrance, le dijo,—quiero que me ponga Vd. esto en limpio para esta noche; cuando lo haya terminado, tome Vd. su sombrero y tenga la bondad de venir con este caballero y conmigo, pues probablemente tendrá Vdque servir de testigo.

—¡Como ! señor,—exclamé después de haber partido el escribiente,—; quiere Vd. hacer la prueba ?

—Así parece,—dijo, llenando su vaso,—pero no hablemos más de negocios. Luego añadió: la vista de Torrance me recuerda cierta aventura que me sucedió hace algunos años. Le había dado una cita en cierto lugar de Edimburgo. Cada cual se fué á sus negocios, y cuando dieron las cuatro de la tarde, hora en que debíamos encontrarnos, Torrance, que había bebido un poco más de lo necesario, no me reconoció, y yo, que había olvidado mis espejuelos, no conocí tampoco á mi escribiente.

Y se puso á reir á carcajadas. Yo le dije que era muy chistosa la historia, y me sonreí por política; pero lo que me sorprendió fué que, durante el mediodía, continuó recordando la historia, agregando nuevos detalles y riéndose, hasta que al fin comencé á turbarme y hasta á avergonzarme de la tontería de mi amigo.

Cuando se acercó la hora que había convenido con