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PLAGIADO

Lo seguí riéndome.

—David Balfour,—me dijo,—Vd. es un caballero muy singular á veces, en su manera de ser. Sin embargo, si se interesa por la seguridad de mi pescuezo y del suyo, tenga la bondad de considerar este asunto de otro modo. Voy á representar una comedia, cuyo fondo es tan serio como la horca para los dos. De consiguiente, no lo olvide Vd., y proceda de acuerdo con ello.

—Bien, bien,—respondí,— se hará como Vd. quiera.

Cuando nos acercamos á la posada, me hizo tomar su brazo y descansar en él como una persona que no podía más de puro cansancio, y cuando llegamos á la puerta parecía como si me llevara arrastrando. La muchacha se quedó sorprendida al vernos regresar tan pronto; pero Alán no quiso gastar palabras en explicaciones, me sentó en una silla y pidió un vaso de brandy que me dió á beber á sorbos, y tomando luego un pedazo de pan y queso me los dió á comer; todo con un aire de tal gravedad, cariño y ansiedad que habrían engañado al juez más hábil. No debe, pues, sorprender que la muchacha creyera en efecto que era yo un pobre joven, enfermo, fatigado, á quien cuidaba con gran afecto su compañero.

Se acercó mucho, reclinándose contra una mesa.

—¿ Qué es lo que tiene?—preguntó al fin.

Alán se volvío hacia ella, con una especie de furia, con gran sorpresa mía.

— Qué es lo que tiene?—exclamó.—Ha andado más centaneres de millas que pelos tiene en la barba; y ha dormido más tiempo entre los matorrales empapados en agua que entre sábanas secas. ¿ Qué es lo que tiene?