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PASAMOS EL RÍO

—Oh Alán!—exclamé,—pensar que allí me está esperando todo lo que puedo desear, y que las aves pueden ir allá y los botes cruzar esas aguas, y que todos los que quieren pueden hacerlo, excepto yo! ¡Es para desesperarse!

Entramos en una posada y compramos pan y queso á una sirvienta que era por cierto una buena moza. Llevamos nuestras provisiones en un paquete, con ánimo de sentarnos y comer en un bosquecillo cerca de la orilla del mar que veíamos á cierta distancia. Á medida que andábamos, no apartaba yo las miradas del otro lado del agua, suspirando interiormente, mientras Alán iba como sumido en honda meditación. Al fin se detuvo y me preguntó: Paró Vd. la atención en la muchacha á quien compramos esto?—dijo, señalando el pan y el queso.

—Ciertamente que sí,—respondí,—una guapa muchacha.

—¿Cree Vd. eso?—exclamó.—Amigo David, esa es una buena noticia.

—¿ Qué puede haber de bueno en eso?—pregunté admirado.

—Creo,—dijo Alán con una de sus miradas singulares, —que podría conseguirnos el bote.

—Eso es lo que no comprendo, contesté.

—Ya lo sé,—dijo Alán.—Yo no deseo que la muhacha se enamore de Vd., sino que le tenga compasión, David; para lo cual no es necesario que sea Vd. una beleza. Veamos,—agregó mirándome de arriba abajo,lesearía que fuese Vd. un tanto más pálido; pero por lo lemás, todo sirve para ini objeto. Vamos á la posada en busca del bote que nos hace falta.