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LA HUIDA EN EL BOSQUE: LA RIÑA

arrepentirme. Sabía que no me era dado seguir adelante por mucho más tiempo, y que dentro de poco tendría que dejarme caer en el suelo y morir en aquellas montañas húmedas, como una res abandonada. Confieso que hasta la idea de morir en aquel lugar solitario me llenaba de satisfacción y contento. Alán entonces se arrepentiría, pensaba en mis adentros; recordaría, cuando hubiese muerto, cuánto me debía, y este recuerdo sería su tormento. Y así proseguía yo como un niño de escuela enfermo, tonto y de mal corazón, nutriendo mi cólera contra un prójimo y compañero mío, cuando hubiera sido mejor caer de rodillas y pedirle á Dios que me perdonase. Y á cada cuchufleta de Alán, yo me repetía interiormente: "¡Ah! yo tengo lista una respuesta mejor: cuando me tienda á descansar de una vez para siempre, ¡ah! ¡qué venganza! ¡y cómo te arrepentirás entonces de tu ingratitud y crueldad!"

Entretanto mi condición se iba empeorando por momentos. Una vez me caí, simplemente porque las piernas se me doblaron bajo el peso de mi cuerpo. Esto llamó la atención de Alán por el momento, pero ininediatamente me hallé de nuevo en pie y seguí andando de una manera tan natural, que prontó olvidó el incidente. Sentía escalofríos y estremecimientos, y la punzada del costado era tal que no podía dar un paso más; y entonces se apoderó de mí el deseo vehemente de arreglar mis cuentas con Alán, desfogar toda mi cólera reconcentrada y terminar de una vez para siempre. Acababa precisamente de llamarme "Whig." Me detuve entonces, y le dije con voz toda trémula:

—Sr. Stuart, Vd. tiene más edad que yo y debería