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LLEGO AL FIN DE MI JORNADA

las señas de la casa de los Shaws, lo que parecía sorprender no poco á aquellos á quienes me dirigía. Al principio lo atribuí á lo sencillo de mi aspecto, á mi traje de campesino, todo empolvado por efecto del viaje, y que cuadraba mal con la grandeza de la mansión á que me encaminaba.

Pero después que dos ó tres personas me dieron la misma mirada é idéntica respuesta, comencé á pensar que había algún intríngulis en el asunto de los Shaws.

Para salir de dudas una vez por todas, modifiqué la forma de mis investigaciones, y viendo venir sentado en su carreta á un individuo de honrado aspecto, le pregunté si había oído hablar de una casa que llamaban la casa de Shaws. Detuvo su carromato y dándome una mirada como los otros me respondió: —Sí.

Quiere Vd. algo?

—¿Es una casa grande?—pregunté.

—Ciertamiente que sí,—me dijo ;—la casa es grande y muy grande.

—Sí,—dije,— y la gente que la habita?

i — Gente!—exclamó.— Está Vd. en sn juicio? No hay gente allí, es decir, nada que pueda llamarse gente.

—¡Cómo!—dije.—; No está ahí el Sr. Ebenezer?

— Oh, sí, contestó el hombre ;—ciertamente que allí está el dueño de la casa, si es él á quien Vd. busca. ¿Qué clase de asuntos le traen á Vd. ?

—Se me ha dicho que podría conseguir allí un destino, dije con el aspecto más modesto que me fué posible.

—¡Qué dice Vd.?—replicó el carretero con voz tan fuerte que su caballo se asustó;—y después de una pausa agregó: no son negocios míos, pero me parece Vd. un