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PLAGIADO

nuestra fatigosa marcha hacia la orilla del este. Todo aquello estaba rodeado de montañas desde donde podían vernos á cada momento, así es que teníamos que aprovechar las quebradas del terreno, y cuando no las había teníamos que andar con las mayores precauciones. Era preciso á veces arrastrarnos de un matorral á otro. El día estaba claro con un sol brillante; el agua que llevábamos en la botella del coñac pronto se acabó, y si yo hubiera sospechado la clase de tarea que teníamos que realizar no la hubiera emprendido.

Andando y arrastrándonos con infinitos trabajos, y descansando un rato para recomenzar la misma obra, se pasó la mañana y á eso del mediodía nos tendimos á dormir en un espeso matorral de brezos. Alán hizo la primera guardia; y me pareció que acababa de cerrar los ojos cuando me despertó, para que yo velase mientras él dormía. No teníamos reloj con que guiarnos, y Alán clavó una rama de un arbusto en el suelo, recomendándome que tan pronto como la sombra cayera hacia el este le despertara. Pero yo estaba tan fatigado que podría haber dormido doce horas sin interrupción; puede decirse que todo mi cuerpo estaba dormido, á lo cual hay que agregar el calor y la fuerte fragancia del brezal, así es que de vez en cuando me despertaba sobresaltado notando que me había quedado adormecido.

La última vez que me desperté me pareció que había hecho algo más que cabecear, y que el sol había recorrido un gran espacio en el cielo. Dirigí una mirada á la ramita clavada en tierra, y ví que no había cumplido con mi deber. El miedo y la vergüenza me privaron casi de la razón, especialmente cuando percibí que durante mi