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LA CASA DEL MIEDO

tiago. ¡Oh Alán, Alán! ¡ hemos hablado como dos tontos! gritó dando con la mano cerrada en la pared un golpe que resonó en toda la casa.

—Y eso también es verdad, dijo Alán, y este amigo mío de las Tierras Bajas me dió un buen consejo sobre ese particular, que debiera haber seguido.

—Pero, mira, dijo Santiago,—si me tratan de ahorcar, entonces sí que necesitarías dinero. Porque á pesar de todo lo que has dicho, la cosa presentaría muy mal aspecto contra los dos. Oye con atención lo que digo, y verás que yo mismo tengo que acusarte; yo tengo que ofrecer una recompensa por tu aprehensión; sí, yo mismo.

Es muy triste tener que hacer esto entre amigos y parientes tan cercanos; pero si me echaren á mí la culpa de este terrible accidente, tendré que defenderme. No lo comprendes así?

Habló con un acento suplicante y serio, asiendo á Alán por el seno de la levita.

—Sí,—dijo Alán,—lo comprendo.

—Y tienes que salir del país, Alán, sí y de Escocia,lo mismo que tu amigo de las Tierras Bajas. Porque á él también hay que acusarlo. Tú lo comprendes, Alán, —dí que lo comprendes así.

Alán se sonrojó un tanto.

—Eso es muy duro para mí, Santiago, después de haberlo traído aquí,—dijo Alán echando la cabeza hacia atrás. Equivale á hacer de mí un traidor.

—Alán, Alán,—exclanıô Santiago, mira las cosas como son. Se le acusará de todos modos; Mungo Campobello lo acusará indudablemente. ¿Qué importa que yo le acuse también? Y luego, Alán, yo soy un hombre con familia.