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PLAGIADO

clinado á seguirle, pues comenzaba á sentirme impaciente por volver á mi distrito y arreglar cuentas con mi tío.

Además, Alán habló con tanta seguridad de que no habría justicia, que empecé á temer tuviera razón, pues la perspectiva de la horca no era nada halagüeña.

—Haré lo que Vd. haga,―Alán; lo seguiré, le dije.

—Pero tenga Vd. en cuenta que la cosa es seria y que hay que soportar muchos y diversos trabajos: habrá que dormir entre los matorrales, en continua zozobra, y con las armas en las manos, y muchas veces con el estómago vacío. Sí, habrá que desandar con frecuencia lo andado, so pena de que nos echen garra. Se lo prevengo desde ahora, puesto que es una clase de vida que conozco muy bien. Pero si Vd. me pregunta qué otra cosa puede hacer, le diré que ninguna. Ő seguirme entre los matorrales, ó exponerse á ser ahorcado.

—La elección no es difícil, le dije, y nos dimos un apretón de manos.

—Y ahora, juguémosle otra partida á los uniformes rojos, dijo Alán, y me condujo á la orilla del bosque.

Por entre los árboles podíamos ver una gran parte de la montaña, y á lo lejos, con dirección á Balachu, se divisaban los soldados á manera de pequeñas manchas rojas subiendo y bajando la colina, y volviéndose cada vez más pequeñas.

Alán los contemplaba sonriéndose á solas.

—¡Ah!—exclamó,— ya tienen que trabajar duro antes de conseguir su objeto! Y ahora, David, sentémonos y comamos un bocado, respiremos un poco, y bebamos un trago de mi botella. Después nos dirigiremos á Aucharn á casa de mi pariente Santiago de los