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LA ISLITA

su crueldad y habían vuelto á mi auxilio. L'ero como no me hubiera sido posible sufrir otro desengaño como el del dia precedente, me volví de espaldas al mar y no quise abrir los ojos sino después de haber contado unos cuantos centenares. El bote aun se dirigía hacia la isla. Me puse de nuevo á contar hasta mil con los ojos cerrados, tan lentamente como me fué posible. El corazón me latía de tal modo que me hacía daño. Cuando abrí los ojos, no me quedó duda alguna: el bote venía á la islita donde yo estaba.

No pude contenerme por más tiempo. Corrí hacia la ribera, saltando de roca en roca, internándome en el mar lo más que pude. Fué un milagro el no ahogarme; pues cuando al fin me detuve, las piernas me flaqueaban y tenía la boca tan seca, que me fué preciso humedecerla con agua salada antes de que me fuera posible hablar.

Durante todo este tiempo el bote continuó acercándose y ahora podía notar que era el mismo y con la misma gente del día anterior, lo que conocí por el color de sus cabellos, pues el de uno de los marineros era de un rubio brillante y el del otro era negro. Pero esta vez venía con ellos otro individuo que parecía pertenecer á una clase mejor.

Tan pronto como estuvieron al alcance de mi voz, amainaron y se quedaron quietos. Á pesar de mis súplicas no se aproximaron más, y lo que más me atemorizó fué que el nuevo individuo se reía á carcajadas mientras hablaba y me miraba.

Entonces se puso de pie en el bote y me dirigió la palabra por algún tiempo, hablando muy aprisa y accionando con la mano. Le dije que no entendía la lengua