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PLAGIADO

—Ha sido un mal negocio,—dijo moviendo la cabeza.

—No ha sido culpa nuestra,—respondí.

—El capitán,—dijo,—quisiera hablar con el amigo de Vd. Pueden hacerlo por la ventanilla.

Y cómo sabremos que no medita una nueva traición?—exclamé.

—No medita ninguna, David, contestó el Sr. Riach, —y si la meditara, le digo á Vd. con toda verdad, que no podríamos conseguir que los hombres nos siguieran.

—Es así ?—pregunté.

—Le diré á Vd. aun más,—agregó.—No son los hombres solamente, sino también yo, David. Confieso que tengo bastante, y se sonrió.—No,—continuó, lo que queremos es un arreglo.

Consulté el asunto con Alán y se consintió en la conferencia; pero esto no era lo que únicamente deseaba el Sr. Riach, quien me rogó entonces que le diera un trago con tal instancia y tales recuerdos de su antigua bondad hacia mí, que al fin le pasé el vaso de lata con aguardiente.

Bebió una parte y se llevó el resto á compartirlo, como supuse, con su superior.

Poco después vino el capitán á una de las ventanillas, como se había convenido, y permaneció allí en la lluvia, con el brazo vendado, severo, pálido, y con un aspecto tal de vejez, que sentí remordimientos por haber disparado contra él.

Alán al instante le puso la pistola al rostro.

—Alce Vd. esa cosa,—dijo el capitán.— No le he dado mi palabra? ¿ó es qué trata Vd. de insultarme?

—Capitán,—dijo Alán,—en cuanto á no quebrantar su palabra, sé á qué atenerme. Anoche porfió y re-