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EL CAPITÁN SE RINDE

che. Y donde quiera que vayas y muestres ese botón, los amigos de Alán te rodearán.

Dijo esto como si hubiera sido un Carlomagno y tuviera ejércitos bajo sus órdenes; y por mucho que yo admiraba su valor, estaba siempre en peligro de reirme de su vanidad. Peligro, digo, porque si no hubiera mantenido mi seriedad, temo que habríamos tenido un disgusto.

Después de haber almorzado examinó la despensa del capitán hasta que halló un cepillo, y quitándose la levita empezó á limpiar las manchas con tanto esmero y trabajo como si hubiera sido una mujer hacendosa. La verdad es que no tenía otro, y como decía que pertenecía á un Rey, era necesario que se le tratase con un cuidado real.

Con todo eso, cuando ví la diligencia con que quitaba las hilachas del botón que había cortado, estimé en mucho el presente.

Estaba aun ocupado en esa tarea, cuando fuimos llamados por el Sr. Riach, desde la cubierta, solicitando una conferencia; y yo, subiendo por la claraboya, y sentándome en el borde de la misma con pistola en mano y frente atrevida, aunque con temor de los vidrios rotos, le dije que se acercara y que hablase. Vino hasta el costado de la cámara, y se sentó en un cable enrollado de modo que tenía la barba al nivel del techo de la cámara. Nos miramos en silencio un rato. Como no creo que el Sr.

Riach hubiera tomado parte muy activa en la refriega, lo único que sacó fué un golpe en la mejilla; pero parecía muy descorazonado y lleno de fatiga, puesto que toda la noche se la pasó en pie, ó de guardia, ó curando á los heridos.