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PLAGIADO


CAPÍTULO XI

EL CAPITÁN SE RINDE


Á LAS seis de la mañana Alán y yo nos sentamos á almorzar. El piso estaba cubierto de innumerables pedazos de vidrio y tan lleno de sangre, que me quitó el apetito. Por lo demás, nuestra situación no era del todo mala; habíamos echado de su propia cámara á los oficiales, teniendo á nuestra disposición todas las bebidas del buque,—tanto vino como licores, y todos los mejores comestibles. Esto solo ya era bastante para mantenernos de buen humor; pero lo mejor de todo era que los dos hombres más bebedores de Escocia (después de muerto el Sr. Suan) estaban ahora en la proa del buque condenados á beber lo que más odiaban, el agua fría.

—Y cuenta con eso,—me dijo Alán,—antes de poco ya oiremos algo. Un hombre podrá no pelear, pero no puede dejar de beber.

Ambos éramos muy buenos compañeros. Alán se expresaba de la manera más amable; y tomando un cuchillo de la mesa, cortó uno de los botones de plata de su levita y me lo entregó.

—Los recibí de mi padre,—dijo,—y ahora te lo doy para que lo conserves como recuerdo de la tarea de ano-