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de caballero por cierta alocución que ejerciendo el cargo de corregidor dirigió al rey. Acaso esa distinción le impresionó demasiado. Disgustáronle los negocios y la residencia en una ciudad mercantil, y, abandonando ambas cosas, se retiró a una casa situada a una milla próximamente de Meryton, llamada desde entonces Quinta Lucas, donde podía pensar a su placer en su propia importancia y, libre de los negocios, dedicarse sólo a ser sociable con todo el mundo. Porque, aunque engreído con su rango, no se tornó altivo; al contrario, era la atención misma con todos; además de su natural inofensivo, amigable y atento, su presentación en la corte le había hecho cortés.

Lady Lucas era mujer de buena casta, aunque no sobrado lista para ser vecina útil a la señora de Bennet; tenían varias hijas. La hija mayor, muchacha sensible e inteligente, de unos veintisiete años, era la amiga predilecta de Isabel.

Que las señoritas de Lucas y las de Bennet tuvieran que reunirse para hablar del pasado baile era cosa en absoluto necesaria; y así, la mañana siguiente a la reunión vinieron las primeras a Longbourn para oír y hablar.

—Tú principiaste bien la velada, Carlota —dijo la señora de Bennet con estudiada cortesía a la mayor de las Lucas—: fuiste la primera elección del señor Bingley.

—Sí; pero pareció que le gustaba más la segunda.

—¡Oh! Supongo que te refieres a Juana y porque bailó con ella dos veces. Cierto que parecía que le