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LA TABLA DE CEBES.

han traido á la Doctrina los que buscan las Virtudes, se vuelven á traer otros, y á dar nuevas de cómo los que ya antes trajeron son bienaventurados.

—¿Por ventura, dije yo, éstás entran allá dentro donde están las Virtudes?

—No, dice; porque no le es lícito á la Opinión entrar donde está la Ciencia. Pero eutréganlos en manos de la Doctrina; y después, cuando ya la Doctrina se ha encargado de ellos, vuélvense ellos á traer otra vez otros, de la misma manera que las naves, después que han descargado sus cargas, tórnanse á cargar de otras.

—Muy bien me parece, dije yo, que nos has declarado todo esto. Pero nunca nos has dado á entender qué es lo que el Genio les encarga que hagan á los que entran en la Vida.

— Que estén confiados, dice; y así, estadlo vosotros; porque yo os lo declararé todo y no dejaré nada por decir.

—Muy bien dices, dije yo.

Extendiendo, pues, el brazo otra vez: -¿Veis, dice, aquella mujer, que parece una ciega y que está puesta sobre una piedra redonda, la cual poco ha os decía yo que se llama la Fortuna?

—Sí vemos.

—De ésta, pues, les encarga que no se fien, ni crean que tiene cosa firme, ni seguro lo que uno recibiere de su mano; ni que lo tengan por cosa propia. Pues es cosa fácil el tornárselo á quitar y dárselo á otro, porque suele hacer eso muchas veces.

Por esto, pues, les manda que no se ensoberbezcan con sus dones, ni se alegren cuando les diere, ni se