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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

Vemos sobre un mismo altar que arden muchos grumos de incienso, de los cuales los unos caen antes y los otros después, pero cayendo todos al cabo, nada importa el orden[1] con que caen.

No bien habrán pasado diez dias, cuando ya te reputarán por un dios aquellos mismos que ahora te tienen por una bestia[2] y por una mona, si de veras te dieres á seguir y tener por sacrosantas las leyes de la razón.

Tú no cuentes como quien ha de vivir millares de años; tienes ya la muerte encima de tí; mientras tienes vida, mientras te lo permite la ocasión, procura hacerte bueno.

|Cuánto tiempo libre y desocupado logra el que no se cuida de lo que dijo, hizo ó pensó su vecino, sino que sólo tiene cuenta con lo que él mismo hace, para que todo esto sea una cosa justa y santa! ó como dice Agathón, para que no seas de negras costumbres: conviene, pues, que lleves adelante tu camino, sin mirar acá ni allá, y sin desviarte á parte alguna.

El que anda alucinado con la pasión de dejar las esparcidas en los cuerpos, eran la semilla, que daba vida y razón á todos los hombres.

[1] Este arder y caer sucesivamente los granos del incienso, es decirnos con algún disfraz que todos hemos de morir. Horat. Car., lib. 11 Od. 3.

Omnes eodem cogimur: omnium Versatur urna serius ocyus Sors exitura.

[2] No consta si M. Aurelio habla de aquella metainorfosis que Plutarco tan justamente reprende por una jactancia irrisible. 0 si más bien habla de la inconstancia del vulgo.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1