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SÁTIRAS Y EPÍSTOLAS

no has de gastarlos, ¿qué valen los tesoros escondidos? Que se trillen en tu era cien mil modios de trigo, no por eso comerás más pan que yo; y aunque cargues al hombro la cesta llena, tampoco recibirás mayor parte que el esclavo que nada llevó.

Respóndeme: al que vive conforme á la naturaleza, ¿qué le importa arar cien ó mil yugadas de tierra? Dices que es delicioso sacar de un gran montón. Enhorabuena; pero si me permites tomar otro tanto de uno pequeño, no veo por qué haya de preferir á mis sacos tus graneros atestados.

Tal vez no necesitas más que un cántaro ó un vaso de agua, y corres á tomarla del río cauda loso, menospreciando la vecina fuentecilla. ¿Y qué te sucede? Que por tu amor insensato á la abundancia destruye el Ofunto la margen que pisas, y te arrastra al mar en su carrera, mientras el que vive satisfecho con sólo lo necesario, ni bebe el agua enturbiada por el fango, ni pierde la vida en las ondas impetuosas.

El vulgo, seducido por los engaños de la codicia, razona así: «Nunca se posee bastante; cuanto tienes, tanto vales.» ¿Qué responderles? Dejémosles ser desgraciados, ya que lo son por su gusto.

Había en Atenas un rico avariento que refunfuñaba entre dientes, sordo á las murmuraciones del pueblo: «La gente me silba, es verdad; pero yo me aplaudo al entrar en mi casa y contemplar el dinero que guardo en el arca.» Tántalo