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Biblioteca de Gaspar y Roig.

cos, y regalarlos en su palacio de Borbon con una muy bella moralidad gangarilla y farsa mientras la lluvia, que caia á mares, mundaba los magníficos tapices que adornaban sus puertas.

Lo que el dia 6 de enero ponia en movimiento á todo el popular de Paris, segun expresion de Juan de Troyes era la doble solemnidad reunida desde tiempo inmemorial, del dia de Reyes y de la fiesta de los locos.

En aquel dia de holganza, debia haber grande hoguera en la Greve, árbol de mayo en la capilla de Braque, y misterio en el palacio de Justicia; de todo lo cual habíase el dia ántes hecho pregon á són de trompeta en las calles y plazas por los maceros del señor preboste, vestidos de brillantes sobrevestas de camelote morado, con grandes cruces blancas en el pecho.

La multitud de vecinos de la capital cerraban tiendas y casas y se encaminaba, desde la madrugada, hácia uno de los tres puntos designados: cada cual habia tomado su partido, cual por la hoguera, cual por el árbol de mayo, cual por el misterio. Justo será decir, sin embargo, en honor de la antigua sensatez del pueblo de Paris, que la mayor parte se dirigia hácia la hoguera, tan propia de la estacion, ó hácia el misterio que debia representarse en la sala grande del palacio, bien cubierta y bien cerrado, y que todos los curiosos estaban de acuerdo en dejar al pobre árbol de primavera tiritar solito bajo el crudo cielo de enero, en el cementerio de la capilla de Braque.

Donde mas afluia la gente era en las inmediaciones del palacio de Justicia, porque se sabia que los recien llegados embajadores flamencos asistirian á la representacion del misterio y á la eleccion del papa de los locos, que debia efectuarse igualmente en la sala grande.

No era cosa fácil penetrar aquel dia en la sala grande, la cual, sin embargo pasaba á la sazon por el mayor recinto cubierto conocido sobre la tierra (verdad es que aun no habia medido Sauval el salon del palacio de Montargis). La plaza del palacio, atestada de gente, presentaba á los curiosos de las ventanas el aspecto de un mar, en que cinco ó seis calles, bien así como otras tantas desembocaduras de rios, desaguaban á cada instante nuevas oleadas de cabezas. Las olas de aquella muchedumbre que crecian por momentos, se estrellaban en los ángulos de las casas que se adelantaban por de quiera semejantes á promontorios, en el área irregular de la plaza. En el centro de la alta fachada gótica del palacio, la escalera principal, subida y bajada sin interrupcion por una doble corriente que despues de quebrarse en la meseta intermedia se esparrama en anchas olas sobre sus dos declives laterales, su escalera principal, decimos, manaba copiosa en la plaza como una cascada en un lago. Los gritos, las carcajadas, los pataleos de aquellos mil pies hacian notable estruendo y muy desaforado clamor. De cuando en cuando aumentaban aquel clamor y aquel estruendo; la corriente que impelia toda aquella muchedumbre, retrocedia, se confundia, se arremolinaba; fenómeno producido ya por un hurgonazo de un arquero, ó por el caballo de un macero del prebostazgo que caracoleaba para restablecer el órden; admirable tradicion que legó el prebostazgo á la condestablia, la condestablia á la marechaussée y la marechaussée á nuestra gendarmeria de Paris.

En las ventanas, en las puertas, en las bahuardas, encima de los techos, bullian millares de sanas fisonomias plebeyas, honradas y serenas, mirando el palacio, mirando el gentio y muy satisfechas; porque no pocas personas en Paris se contentan con el espectáculo de los espectadores, y tanto que es cosa para nosotros en alto grado curiosa una pared detras de la cual está su cediendo algo.

Si nos fuera dado á nosotros, hombres de 1830, mezclarnos en idea á aquellos parisienses del siglo quince, y entrar con ellos cercados, prensados y molidos en aquella inmensa sala del palacio, tan estrecha en 6 de enero de 1482, interesante y grato espectáculo se nos presentaria no viendo á nuestro alrededor mas que cosas que, de puro antiguas, nos parecerian muy nuevas.

Si nos lo permite el lector, trataremos de reproducir aquí la impresion que hubiera recibido entrando con nosotros en aquella sala grande en medio de aquel gentio vestido de ropillas, jubones y sobrevestas.

Y ante todas cosas, atolondramiento en los oidos, confusion y desórden en los ojos. Encima de nuestras cabezas, una doble bóveda ojiva, artesonada con esculuras de maderas, pintada de azul celeste, flordelisada de oro; debajo de nuestros pies un pavimento alternativo de mármol blanco y negro. A pocos pasos de nosotros un enorme pilar, luego otro, y luego otro; total, siete pilares en la longitud de la sala, sosteniendo en su mayor latitud las recaidas de la doble bóveda.

Alrededor de los cuatro primeros pilares, puestos ambulantes, lucientes con sus vidrios y oropeles; alrededor de los cuatro últimos bancos de madera de encina, desgastados y pulimentados por las calzas de los litigantes y las togas de los procuradores. En torno de la sala, á lo largo de la alta pared, entre las puertas, entre las ventanas, entre los pilares, la interminable hilera de las estátuas de todos los reyes de Francia, desde Faramundo, los reyes holgazanes con los razos colgando y la vista baja; los reyes valientes y batalladores, la cabeza y las manos levantadas al cielo con osadia. Y en las largas ventanas ojivas, vidrios pintados de mil colores, en las anchas salidas de la sala, ricas puertas delicadamente esculpídas; y en el conjunto bóvedas, pilares, paredes, jambas, dinteles, artesones, puertas, estátuas, y todo ricamente iluminado de arriba abajo de oro y azul, colores que ya, algun tanto ajados en la época en que los vemos, habian desaparecido casi del todo bajo el polvo y las telarañas en el año de gracia 1549, en que Du Breul las admiraba por tradicion.

Imagínese ahora el lector aquella inmensa sala oblonga iluminada por la pálida luz de un dia de enero, invadida por una muchedumbre tumultuosa y llena de colorines que fluye á lo largo de las paredes, y gira en torno de los siete pilares, y podrá formarse una idea confusa del conjunto del cuadro, cuyos curiosos detalles procuraremos indicar con algun detenimiento.

Es seguro que si Ravaillac no hubíera asesinado á Enrique IV, no se hubieran depositado en el archivo del palacio de Justicia las piezas del proceso de Ravaillac; que no hubiera habido cómplices interesados en hacer desaparecer los susodichos documentos; que tampoco hubiera habido incendiarios precisados, á falta de otro medio mejor, á quemar el archivo para quemar las piezas de autos, y á quemar el palacio de Justicia para quemar el archivo, y tampoco, en fin, por consiguiente hubiera acaecido el incendio de 1618. El antiguo palacio estaria aun en pié con su antigua sala grande; yo podria decir al lector; vaya usted á verla, y de este modo ambos nos evitaríamos la precision, yo de hacer y él de leer una tal cual descripcion de dicha sala.—Lo que prueba esta verdad nueva; que los grandes sucesos tienen consecuencias incalculables.

Verdad es tambien que seria muy posible en primer lugar que Ravaillac no hubiese tenido cómplices, y en segundo lugar que estos cómplices, si en efecto los tuvo, nada tuviesen que ver en el incendio de 1618, del cual pueden darse ademas otras dos explicaciones, ambas muy plausibles. La primera es la grande estrella inflamada de un pié de ancha, y alta como del codo á la mano, que cayó del cielo, como nadie ignora, sobre el palacio el 7 de marzo despues de las doce de la noche; y la segunda esta cuarteta de Teófilo:

Cuando en Paris la justicia
Se pegó á si misma fuego
Por un hartazgo de especias,
Desventura fue por cierto.