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Nuestra Señora de Paris.

aquel famoso templo de Diana en Efeso, tan ponderado por los antiguos paganos, que inmortalizó á Eróstrato, hallaba á la iglesia gala «mas excelente en longitud, altura, estructura y capacidad!

No se crea por esto que Ntra. Sra. de Paris es lo que puede llamarse un monumento completo, definido, clasificado: ni es una iglesia bizantina ni es una iglesia gótica: este edificio no es un tipo. Nuestra Sra. de Paris no tiene como la abadía de Tournus, la grave y maziza cuadratura, la redonda y ancha bóveda, la desnudez glacial, la magestuosa sencillez de los edificios que tienen al semicírculo por regenerador; ni es tampoco, como la catedral de Rourges, el producto lijero, magnífico, multiforme, fecundo, pomposo, herizado, esflorecente de la ogiva. Imposible es colocarla entre aquella antigua familia de iglesis sombrías, misteriosas, bajas y como aplastadas por el arco en semicírculo; casi egípcias á excepcion del techo; todas geroglíficas, todas sacerdotales, todas simbólicas; mas recargadas en sus adornos de rombóides y de grecas que de flores, mas de flores que de animales, mas de animales que de hombres; obra mas del obispo que del arquitecto; primera transformacion del arte, toda empapada en disciplina teocrática y militar, que tiene sus raices en el Bajo Imperio y se detiene en Guillermo el Conquistador. Imposible es tambien colocar á nuestra catedral en aquella otra familia de iglesias altas, aéreas, ricas, de pintados vidrios y de esculturas; agudas en sus formas, atrevidas en sus actitudes; municipales y plebeyas, como símbolos políticos; libres, caprichosas y desenfrenadas, como obra del arte; segunda transformacion de la arquitectura, no ya geroglífica, inmutable y sacerdotal, sino artística, progresiva y popular, que empieza en la vuelta de las cruzadas, y acaba en Luis XI. Nuestra Sra. de Paris no es pura raza bizantina, como las primeras, ni de pura raza árabe como las segundas.

Ntra. Sra. es un edificio de la transicion. Acababa el arquitecto sajon de levantar los primeros pilares de la nave, cuando la ogiva, que llegaba de la cruzada, vino como conquistadora á colocarse sobre aquellos anchos capitales bizantinos, destinados á sostener arcos de forma de semicírculo. La ogiva, señora ya desde entónces, construyó el resto de la iglesia; pero inesperta y tímida en sus primeros ensayos, se ahueca, se ensancha, se contiene, y no se atreve á lanzarse en agujas y torres, como lo hizo mas adelante en tantas maravillosas catedrales, como si resintiera de la proximidad de los mazizos pilares sajones.

Pero estos edificios de la tansicion del carácter bizantino al gótico no son ménos preciosos estudiarlos que los tipos puros, porquen expresan un matiz del arte que no conoceriamos á no ser por ellos. Son el ingerto de la ogiva sobre el semicírculo.

Ntra. Sra. de Paris, en particular, es un ejemplar muy curioso de esta variedad. Cada faz, cada piedra del venerable monumento es un página no solo de la historia del pais, sino tambien de la historia de la ciencia y del arte. De modo que, para no indicar aqui mas que los principales detalles, al paso que la Puertecilla Colorada llega casi á los límites de las delicadezas góticas del siglo quince, los pilares de la nave por su volúmen y su gravedad, ascienden hasta la abadía carlovingia de S. German de los Prados pudiera creerse que median seis siglos entre esta puerta y aquellos pilares. Hasta los mismos herméticos hallan en los símbolos del porton central un compendio satisfactorio de su ciencia, de la cual era geroglífico tan completo la iglesia de Saint Jacques de la Boucherie. La abadía bizantina, la iglesia filosofal, el arte gótico, el arte sajon, el mazizo pilar redondo que recuerda á Gregorio VII, el simbolismo hermético por el cual se anticipaba á Lutero Nicolás Flamel; la unidad papal, el cisma, S. German de los Prados, Saint Jacques de la Boucherie, todo está confundido, combinado, amalgamado en Ntra. Señora. Esta iglesia central y generatriz es entre las antiguas iglesias de Paris una especie de quimera; tiene la cabeza de esta, los miembros de aquella, la cima de la otra y algo de todas.

Estas construcciones híbridas, lo repetimos, no son las ménos interesantes para el artista, el anticuario y el historiador. Ellas demuestran hasta que punto la arquitectura es cosa primitiva, en cuanto revelan (como revelan tambien los vestigios ciclópeos, las pirámides de Egipto, las gigantescas pagonadas del Indostan) que las grandes producciones de la arquitectura, menos son obras individuales que obras sociales; mas bien la produccion del trabajo de los pueblos que la inspiracion de los hombres de genio: que son el depósito que deja una nacion; los hacinamientos que hacen los siglos; el residuo de las evaporaciones sucesivas de la sociedad humana; en una palabra, unas especies de formaciones. Cada oleada del tiempo deja su aluvion, cada raza deposita su capa sobre el monumento, cada individuo coloca en él su piedra. Así hacen los castores, así hacen las abejas, así lo hacen los hombres. El gran símbolo de la arquitectua, Babel, es una colmena.

Los grandes edificios, como las grandes montañas, son la obra de los siglos. Tal vez penden ellos todavia, pendent opera interrumpa, cuando el atte se transforma, y se continuan segun las nuevas formas del arte transformado. El arte nuevo coje el monumento en el estado que le halla, se incrusta en él, se le asimila, le desarrolla á su capricho y le acaba si puede; lo cual se hace sin desórden, sin esfuerzo, sin reacción, siguiendo una ley natural y serena, como un ingerto que se introduce, como una savia que circula, como una vegetacion que se reanima. Cierta que dan asunto para muchos libros y acaso para la historia universal de la humanidad, esas solduras sucesivas de muchos artes distintos á muchas alturas sobre el mismo monumento. El hombre, el artista, el individuo, desaparecen sobre aquellas moles sin nombre de autor; en ellas se reasume y se totaliza la inteligencia humana: el tiempo es arquitecto; el pueblo es el abañil.

No considerando aquí mas que la arquitectura Europea cristiana, hermana segunda de las grandes construcciones del Oriente, diremos que aparece á nuestros ojos como una inmensa formacion dividida en tres zonas bien marcadas, colocadas una encima de otra: la zona bizantina, la zona gótica y la zona del renacimiento que pudiéramos llamar greco-romana. La capa romana que es la mas antigua y la mas profunda, está ocupada por el semicírculo que vuelve á aparecer, sostenido por la columna griega, en la capa moderna y superior del renacimiento. La ojiva está entre las dos. Los edificios que pertenecen exclusivamente á una de esas tres capas, son perfectamente puros, uniformes y completos: tales son la abadía de Jumieges, la catedral de Reims y la iglesia de San Cruz en orleans: pero las tres zonas se interponen y se amalgaman por los bordes, como los colores en el espectro solar; y de aquí provienen los monumentos complejos, los edificios mixtos y de transicion. Unos son bizantinos por los pies, góticos por los troncos, greco-romanos por la cabeza, porque se ha tardado seiscientos años en construirlos. Esta variedad es rara, y el castillo de Etampes presenta una muestra de ella. Pero los monumentos de las dos formaciones son mas frecuentes; tal es Nta. Sra. de Paris, edificio ojival, que desde sus primeros pilares penetra en aquella zona sajona que caracteriza la portada de san Dionisio y la nave de S. German de los Prados: tal es la bellísima sala capitular medio gótica de Bo-

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TOMO I.