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JOSÉ RIZAL

—¡Ah, padre cura! Ahora mismo iba á verle á usted, para decirle que sus cabritas no dejan planta sana en mi jardín.

—Vengo para un asunto importantísimo.

—No puedo permitir que me rompan el cerco, y les pego un tiro si vuelven.

Eso si vive usted mañana!-dijo el cura jadeante, dirigiéndose á la sala.

El fraile señaló la puerta, que el alférez cerró de un puntapié.

—Ahora, desembuche usted!-dijo al cura tranquilamente.

El fraile se le acercó y preguntó con misterio: -No sabe usted nada nuevo? El altérez se encogió de hombros.

—¡De modo que confiesa usted que no sabe nada absolutamente! ¡Vaya!-dijo el fraile lentamente y con cierto desdén.-Ahora se convencerá una vez más de la importancia que tenemos los religiosos.

Y bajando la voz con mucho misterio, dijo: -He descubierto una conspiración! El alférez dió un salto y miró al fraile lleno de estupor.

—Una terrible y bien urdida conspiración que ha de estallar esta misma noche.

—Esta misma noche!-exclamó rriendo á coger su revólver y su sable colgados de la pared.

—¿A quién prendo? ¿A quién prendo?-gritó.

—¡Cálmese usted, aun hay tiempo, gracias á la prisa que me he dado! Hasta las ocho...

—¡Los fusilaré á todos!

—¡Escuche usted! Esta tarde, una mujer cuyo nombre no debo decir (es un secreto de confesión), se ha acercado á mí y me lo ha descubierto todoalférez co-