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182 CARTAS DE NINÓN DE LENCLÓS

como en un salón de baile en que sólo nosotras estu- viéramos enmascaradas. Nos permitíamos toda clase de locuras; excitábamos á los ridículos para que se mostraran. Después de divertirnos mucho en esta comedia, el fin no era el de nuestros placeres; se reno- vaban en el ¿éle a léle de sociedad. ¡Qué estúpidas nos parecían las mujeres ! ¡ Qué fatuidad, qué imper- tinencia, qué vaciedad en los hombres! Si en el ambiente en que vivíamos aparecía uno capaz de hacerse temer, es decir, de hacerse estimar, le deso- lábamos con nuestra conducta, con el poco caso que afeciábamos hacerle y con las burlas con que abrumabamos á los que menos lo merecían. Para permanecer insensibles creíamos que era indispen- sable ver mala compañía.

» Por largo tiempo esta conducta nos ha librado de los lazos del amor y nos ha salvado del fastidio mortal que una virtud triste y más grave hubiera esparcido sobre nuestra vida. Frivolas, imperiosas, decididas, hasta coquetas en presencia de los hom- bres, pero sólidas, razonables, virtuosas á nuestros propios ojos, éramos felices con este carácter. No se presentaba ningún hombre al que pudiéramos temer. Los dignos de ser temidos se veían obligados á ser ridiculos para que los sufriéramos y celebráramos sus ocurrencias.

» Pero lo que me ha hecho dudar de la verdad de mis principios, es que no me han preservado siempre de los peligros que quería evitar. He comprobado por mi misma que el amor es un pagaré que no hay que tomar á juego. No sé por qué fatalidad el marqués de Sévigné ha sabido hacer mis proyectos completa- mente inútiles. Á pesar de las precauciones ha encon- trado el camino de mi ror=7ón. No obstante la