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112 CARTAS DE NINÓN DE LENCLÓS

gullo sublevado la acusa de injusta, como si tuviera la culpa de que no produzcáis en ella ningún efecto, ¿Es responsable la condesa de no haber perdido el seso como vos habéis dado comienzo á vuestras extra- vagancias? Dejad de acusarla y de quejaros y tratad de comunicarla vucstra enfermedad. Os conozco; sois seductor. Tal vez muy pronto, demasiado pronto para su tranquilidad, sienta ella de acuerdo con vues- tros deseos. Crco que la condesa tiene todo lo necesario para subyugaros y para inspiraros los goces que para vuestra felicidad os deseo. Pero no la creo susceptible de una afección seria. Viva, locuela, inconsecuente, dominante, decidida, no dejará de preocuparos más tal vez e lo que quisierais. Una mujer dócil y acari- ciadora terminaría por fastidiaros. Hay que trataros militarmente para que no os aburráis y levantéis el vuelo. Si no se os trata así, pronto nos menospre- ciáis, os erigís en tiranos y acabáis por desde- ñarnos, porque os disgustáis y porque sois incons- tantes. ¿Habéis encontrado acaso lo que os hace falta en esa pequeña amante que causa vuestro dolo- roso martirio? ¡ Pobre marqués ! ¡ Cuántas tormentas tendréis que soportar! ¡Cuántas querellas preveo! ¡Cuántos juramentos, cuántos desdenes! Esa agr- tación se convertirá en suplicio, si os empeñáis en conduciros como héroe de novela; en cambio, os sucederá lo contrario, si os portáis como persona razonable. ¿Debo continuar escribiéndoos? Los instantes que empleéis en leer mis cartas serán otros tantos hurtos al amor. ¡Cuánto me agradaría ser testigo de vuestra aventura! Para una persona de sangre fría, ¿hay espectáculo más divertido que las convulsiones de un hombre enamorado?