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AL MARQUÉS DE SÉVIGNÉ 107

y aprovechó la ocasión para decirla algunas galan- tertas sobre los encantos que nada habían perdido todavía de su frescura. Ella, riendo, no hizo caso del cumplido. Sin embargo, con la conversación, los dos se conmovieron un poco; algunas torpezas, de que ella al principio no se enteró y luego desconcertada fingió no enterarse, se convirtieron en decididos ataques; se turbaron, se enternecieron, y cuando ella creía todavía que aquello era un juego sin consecuencias, era ya culpable. Grandes fueron la sorpresa y el apuro después de un extravío semejante. Nunca pudieron comprender cómo fueron tan lejos sin tener el menor presentimiento. Tentada estoy de gritar aquí : ¡ Mortales que os fiáis demasiado de vuestra virtud, temblad con este ejemplo! Por mucho valor que sea el vuestro hay instantes desgraciados en que la más virtuosa es la más débil. La razón de eso está en que la naturaleza vela siempre, tiende siempre á su fin. La necesidad de amar es una parte del ser de la mujer.

Lo que vuestra amable condesa os dice puede ser sincero actualmente, aunque en esos casos una mujer siempre exagera; pero se ilusiona demasiado si piensa conservar hasta el fin sentimientos tan severos y delicados. Estas metafísicas no difieren en el fondo de las otras. Sus apariencias son más imponentes, su moral más austera; pero examinad sus acciones y veréis cómo sus amores terminan como los de la mujer menos delicada. Un día, refiriéndome á ellas, decía yo á la reina de Suecia (1), que eran las janse- nistas del amor. Debéis poneros en guardia, marqués, contra lo que las mujeres dicen en ese punto. Los

(1) Ninón vió á esta princesa en el viaje que hizo á Francia Véanse los autores citados en la carta preliminar.