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48 EL PADRINO

en sus miradas aquel destello de odio y lo substituyó una nube de dulce amargura.

—Entretanto llegaban los novios al altar y la ceremonia comenzaba...

Eduardo continuó inmóvil, con la vista fija como un sonámbulo ; parecía que miraba sin ver y si alguien hubiera tenido la idea de fi- jarse en él, no habría podido menos de es- pantarse al ver la intensa expresión de extra- vío que en su rostro se notaba. Pero nadie lo miró: la atención estaba fija en el solemne acto que se celebraba.

Muchos cuchicheaban fascinados ante el contraste que ofrecía la gentil figura de la novia al lado de aquel hombre de aspecto tosco y vulgar que iba á ser su marido. Este contraste fué más sensible cuando salieron los nuevos esposos del brazo.

Al lado del padrino, un anciano de aspecto distinguido y venerable, Margarita podía pa- sar por su hija; junto al que era su marido parecían ir del brazo de su criado, á quien hubieran vestido de rigurosa etiqueta para hacerlo parecer más ridículo aún.

Eduardo no los vió pasar esta vez; sus ojos seguían clavados con singular insistencia en el altar resplandeciente, cuyas luces, le pare- cía, bailaban una danza fantástica é infernal. Hubo un momento en que ya no distinguió nada, sus piernas flaquearon y hubiera caído