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36 EL PADRINO

Llegado al término de su viaje, Eduardo se apeó, sintiendo que su corazón palpitaba con más fuerza á medida que iba acercán- dose á la morada de Margarita.

Cuando llegó, tuvo que detenerse un. mo- mento antes de llamar para reunir toda su energía. Después agitó el llamador que, bajo su mano nerviosa, produjo un extraño y so- noro repique.

Julieta vino á abrir y manifestó gran ale- gría al verlo, haciéndolo pasar en seguida á la pieza donde trabajaban. La madre de Eduardo y la de Margarita habían sido ínti- mas amigas y por esta razón el joven era considerado como de la familia y recibido siempre con toda confianza.

No fué sin honda emoción que Eduardo estrechó la mano que Margarita le tendía, sonriendo dulcemente.

Y aquella noche, que sabía estaba destinada á otro, la halló más linda que nunca, sin ar- tificios, sin pretensiones, con su pobre ves- tido de luto, que hacía resaltar la nevada blancura de su tez y el brillo aterciopelado de sus magníficos ojos.

Después de los preliminares de costumbre y de hablar un rato sobre la lluvia y los su- cesos más notables ocurridos en los últimos días, Julia se dirigió á su hija mayor.

— Dale á Eduardo la noticia, — dijo — él es