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+ 12% EL PADRINO

Héctor había leído con creciente sorpresa esta carta.

— ¡Ingrato | — murmuró al terminarla. — En ese romántico capítulo de novela, lo que hay de real y positivo, es que ha olvidado á Mar- garita y se casa con otra. ¡ Quién le hubiera dicho á Eduardo que iba á seguir tan al pie de la letra mis consejos! ¡Cómo se habría indignado si alguien, le hubiera hecho antes de partir todas esas filosóficas reflexiones que ahora envía en su carta! ¡Poder de la ausen- cia, cuán grande eres!...

Sin embargo en su expresivo y simpático rostro brillaba una gran alegría; prosiguió para sí,

— ¡Dios mío! ¿Qué es lo que pasa por mí? ¿Por qué esta dicha que siento al pensar que ya no se casará Eduardo con Margarita? ¿Será posible que ame á esa noble mártir á quien tanto he compadecido? .. ¡Oh Juana, mi pobre Juana! ¿por qué me abandonaste? Eduardo tiene razón; el alma no puede vivir tan sola; y con su delicada insinuación pa- rece indicarme donde puedo aún hallar la di- cha. Yo haría feliz á Margarita; no soy tan neciamente celoso y amo á su hija como si fuera mía. Viudos los dos ¿por qué no hemos de formar un hogar en que, al calor de nue- vas afecciones revivan nuestras almas hela- das tanto tiempo; la mía por la muerte, la