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comenzado desde mediados del Siglo IX, con el colapso del Periodo Clásico, la destrucción y desocupación de los centros de conocimiento de la Toltecáyotl, hoy llamados “zonas arqueológicas” y la partida de Quetzalcóatl del Anáhuac.[1] Y la trasgresión religiosa-ideológica producida por las reformas de Tlacaelel, que estaban haciendo crisis al acercarse el año “uno caña” y los llamados “presagios funestos”,[2] los continuos avistamientos de los europeos en el Caribe mexicano y Golfo de México.


“Al leer los escritos de Colón (diarios, cartas, informes), se podría tener la impresión de que su móvil esencial es el deseo de hacerse rico (aquí y más adelante digo de Colón lo que podría aplicarse a otros; ocurre que muchas veces fue el primero y que, por lo tanto, dio el ejemplo). El oro, o más bien la búsqueda del oro, pues no se encuentra gran cosa en un principio, está omnipresente en el transcurso del primer viaje. En el día mismo que sigue al descubrimiento, 13 de Octubre de 1492, ya anota en su diario: ‘No me quiero detener por calar y andar muchas islas para fallar oro’ (15.10.1492). ‘Mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el Almirante salvo oro’ (1.11.1492). ‘Incluso su plegaria se ha convertido en: -Nuestro Señor me aderece, por su piedad, que halle este oro..-’(23.12.1492)”. (Jacques Lafaye. 1991).
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  1. En la tradición oral, que más tarde recogen los misioneros y la escriben los indígenas convertidos, se recuerda que Quetzalcóatl se fue del Anáhuac porque “había envejecido” y transgredió sus normas morales y éticas, pero dejó dicho que regresaría el año “uno caña” a restaurar la armonía y la sabiduría.
  2. Los ocho presagios, según los informantes de Sahún se dieron diez años antes de 1519.
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