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LA REINA ISABEL

que el de los hombres, y han menester los reyes de una constante atención sobre las vidas y sobre los intereses de la familia nacional, para que ésta se mantenga firme en sus cariños, y no se revuelva cuando se ve burlada y convertida en rebaño. El favor del Cielo debió Vuestra Majestad esperarlo como sanción de sus actos j de su fiel cumplimiento de las leyes, y no vislumbrarlo tras de las milagrerías y enredos con que alucinaban á la pobre niña y Reina los traficantes en piedad, ó cambiantes de almas por intereses, y de intereses por almas. Muchos ingratos vió Isabel II en su largo camino desde la coronación al destierro, y á no pocos hubo de perdonar el mal que le hicieron á trueque de tantos beneficios; pero hombres de entereza y de gran virtud halló también en ese camino, y no supo valerse de ellos. De los ingratos y de los que no lo eran, de la ambición de los revoltosos y del padecer de los pacíficos, del resentimiento de muchos y del derecho de todos, se formó la gran justicia del 68, ardua, inevitable sentencia que nadie puede condenar analizando sus orígenes obscuros, sus medios desusados, porque los pueblos, cuando se juegan la vida por la vida, ponen en el lance todo lo que poseen.„

Claro que esto fué pensado, y antes moriría yo que decirlo en la visita. Aun el pensarlo allí era gran impertinencia, por lo cual es lo más probable que lo pensé después. En la visita, yo no hacía más que re-