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cerro de Marte (!), les pusieron sitio , y desde allí dispara ban contra las estacadas de la ciudadela unas saelas incen diarias, alrededor de las cuales alaban cslopa inflamada. Los Atenienses siliados, por más que viesen fallarles ya la estacada , se defendian lan obslinadamcntc que ni áun quisieron oir las capitulaciones que los, Pisistratidas les proponian . Entre otros medios de que se valian para su defensa, uno era el impcler hacia los bárbaros que acome tian contra la pucrta peñascos del tamaño de unas 'ruedas de molino . Llegó la cosa á punto que Jerges, no pudién dolcs rendir , estuvo harto tiempo sin saber que partido podria tomar.

LIII. Al cabo, como era cosa fatal y decrctada ya , segun el oráculo , que loda la lierra firme del Alica fucsc domada por los Persas, á los bárbaros apurados se les descubrió cierto paso por donde entrasen en la ciudadela , porque por aquella fachada de la fortaleza quc cac á las espaldas de su puerta y de la subida, lienzo de muralla tal que no parecia que hombre nacido pudiese subir por él, y dejado por eso sin guarda ninguna ; por allá , digo , subieron algunos enc migos, pasando por cerca del templo de Aglauro, hija do Cécrope, á pesar de lo escarpado de aquel precipicio . Cuando vieron los Alcnicnscs á los bárbaros subidos á la plaza , echándose los unos cabcza abajo desde los muros, perccicron despeñados , y los otros sc rcfugiaron al tem plo de Minerva. La primera diligencia de los Persas al acabar de subir, ſué encaminarse hacia la puerta del tem plo , y abierta pasar á cuchillo á lodos aquellos refugiados . Degollados todos y lendidos, saquearon el lemplo y entre garon á las llamas la ciudadela intera .

LIV. Luégo que se vió Jerges dueño de toda la ciudad de Atenas, despachó un correo á caballo que fuese á Susa para dar parte á Artabano del feliz suceso de sus armas .


    Este era el famoso Areopago.