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comenzó á mirar alrededor con el objeto de escoger á una persona cuya cara le inspirase confianza, para hacerle su pregunta; pero áun aquí habia sus dificultades. La pregunta por sí era sospechosa, y el tiempo urgia, pues los esbirros, apénas recobrados de aquel susto, sin duda volverian sobre sí, y volarian en busca del fugitivo.

Quizá tambien la noticia de su fuga habria llegado hasta aquel paraje, y en tanto aprieto debió Lorenzo hacer más de diez juicios fisonómicos, antes de hallar la cara que buscaba. Aquel hombre gordillo que está de piés en el umbral de su tienda con las piernas largas, las manos detras, mucha barriga y la barba en alto con gran papada, y que en su ociosidad levanta alternativamente su trémula masa en la punta de los piés, para dejarla caer luégo sobre los talones, tiene cara de charlador curioso, que en vez de dar respuestas hará impertinentes preguntas. Este otro que se acerca con los ojos encandilados y el labio caido, en lugar de enseñar presto y bien el camino, quizá él mismo no sabe el que lleva. Este mozuelo, aùnque á decir verdad parece bastante despierto, tiene traza aún de más malicioso, y probablemente se bañará en agua rosada con enseñar al pobre forastero el camino opuesto al que necesita; tan cierto es que el hombre atollado encuentra en todo un nuevo atolladero. Divisando por fin á una persona que se acercaba apresurada, conjeturó que teniendo aquel hombre algun negocio urgente, contestaria bien y aprisa para despachar presto, y oyendo además que iba hablando solo, juzgó que sería hombre sincero, por lo cual se le acercó y le dijo:

—Perdone usted, caballero, ¿por dónde se sale para ir á Bérgamo?

—¿Para Bérgamo? ;Por la Puerta Oriental! Dios se lo pague! ¿Pero para ir á la Puerta Oriental?

—Siguiendo por esa calle á mano izquierda, irás á á la plaza de la Catedral... luégo...

—Gracias, caballero; ahora ya sé.

Con esto tomó el camino que se le acababa de indicar.

Siguióle el otro con la vista, y combinando allá en su cabeza el modo de andar con la pregunta, dijo para sí: «Ese ba hecho alguna fechoría 6 teme que se la hagan.»

Llegó Lorenzo á la plaza de la Catedral, la atravesó, pasó al lado de un monton de ceniza y de carbones apagados, y conoció que eran las reliquias de la baraunda å que habia asistido el dia anterior. Siguió su camino arrimado á las gradas de la Catedral, vió el horno de la provision casi parar 14