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ANDERSEN.

rio puso una orla negra á sus columnas. El muerto habria apreciado estas ventajas si las hubiese presenciado, pues lo que más preferia era que hablasen de él. Le elevaron un monumento funerario y algo es algo.

Habia muerto, y muerto habian tambien sus tres hermanos mayores. No sobrevivia más que el quinto, el gran hablador, y en esto no salia de su papel que era quedarse siempre con la última. Como dicho queda; habia adquirido la reputación de un hombre entendido y capaz aunque no hubiese hecho más que hablar sobre las obras ajenas. « Es una buena cabeza, » decian en general. ¿Habia sido algo este sujeto? Su hora le llegó, murió y se presentó á las puertas del cielo. Allí se entra de dos en dos. Tenía á su lado otra alma que tambien quería entrar, y era precisamente Margarita, la mendiga, la que habitaba la choza del dique.

« En verdad, singular contraste es que yo y esta alma miserable nos presentemos juntos, dijo el hablador. ¿Quién sois vos, buena mujer, que queréis entrar en el paraíso? »

La buena anciana se inclinó con el mayor respeto, pensando que era por lo ménos San Pedro el que la hablaba. « Soy una mendiga, dijo, sola y sin familia. Yo soy la que llamaban la vieja Margarita de la casa del dique.