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ro que decían ser francés y se llamaba Ibaceta, y el testigo lo vió. Éste decía que, viniendo por la mar del Norte en un navío de extranjeros que iba en demanda del Estrecho de Magallanes para pasar á Molucas al rescate de la especería, como á cien leguas del río de la Plata hacia el Estrecho habían topado un navío de españoles, que decían era uno de los que el Obispo de Placencia mandaba al Estrecho, perdido y desvalijado, que había tenido gran tormenta y se murió la gente de hambre. La necesidad los había obligado á desembarcar cerca de allí cincuenta hombres para que fuesen tierra adentro en busca de comida y naturales, y que, no hahiéndola hallado, volvían con designio de apoderarse del navío, y porque no pereciesen todos, los habían dejado y se iban en busca de la tierra más cercana poblada de españoles para no perecer de hambre, porque en la tormenta que tuvieron habían echado al mar cuanto tenían.

Contaba, ademas este Ibaceta, que habiendo tocado su buque en otro punto de la misma costa para hacer aguada y rescatar pescado, los indios les hicieron comprender por señas que tierra adentro había otros hombres como ellos, pero que llevaban arcabuces y peleaban, y les quitaban por fuerza sus comidas y mujeres. Dos años después