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La alborada sorprendió á los indios ahítos de carne, ebrios de chicha y satisfechos por haber conjurado el huecuba ó hualicho. Aprovechando tan buenas disposiciones, Antullanca y el Cacique Negro arengaron á su gente y la compelieron contra el cuartel de Mascardi.

Para descuidar al enemigo, se desplegaron en grupos, haciendo aquellos alardes de equitación que solían los españoles en el juego de cañas y ahora los árabes cuando corren la pólvora. En este simulacro de combate los indios son extremados. Cabalgan á la jineta, es decir, que sólo se valen del freno y del mucho pulso en la mano de rienda; siendo de ver la agilidad y destreza con que manejan el caballo, las revueltas y rebatos de cada jinete. Demás de enflaquecerse á sí mismos, enflaquecen también á los caballos para ser más ligeros, y les ponen en la boca plumas de pájaros para que por el resuello se les entre la ligereza; y les dicen á los caballos que miren lo que hacen; que no han de correr, sino volar. En el manejo de la lanza no tienen par. La llevan al galope, arrastrándola por el suelo y de pronto la tercian, la deslizan por la mano hasta una cuarta de la punta, ó bien dándole una vuelta, ó echándola al aire, vuelven á tomarla por el cuento para darle mayor alcance.