Página:Los Césares de la Patagonia.pdf/176

Esta página ha sido corregida

remonias y cabriolas. Ninguno se impacientó; todos permanecen en inmovilidad hierática. Un segundo guanaco baja á la hoya é imita exactamente las reverencias y los revueltos del jefe, y así sucesivamente los demás por riguroso turno.

Una nube de polvo cubre entretanto el lugar de tan extraña ceremonia. Los indios se han ido acercando cautelosamente, y á una señal convenida, los más hábiles tiradores hacen girar las boleadoras que, como trompas de elefante, se enroscan en las patas de los guanacos. Caen diez, veinte de estos animales, pero el ojo ejercitado del cazador conoce entre todos al capitán del rebaño. Este será la víctima ofrecida al hualicho.

Los cazadores vuelven á montar sus caballos, arrastrando las presas en el lazo y vuelven al pie del árbol fatídico á entregar su ofrenda. Los brujos degüellan al rey de los guanacos, y sus cuartos, palpitantes y chorreando sangre, los cuelgan de las ramas

La carne de los otros guanacos se destina para el banquete nocturno. Las piezas de más enjundia son los costillares, el pecho y el anca de cada res, y con ellas hacen el asado con cuero, de tan soberano hechizo, que los criollos lo han incorporado á su culinaria campestre, siguiendo el mismo proce-