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Los anales.—Libro VI.

rros de los Escitas, camina con toda velocidad por no dar lugar á los enemigos de usar astucias y estratagemas, ni á los amigos de arrepentirse, de la manera que estaba, deslucido y roto, por mover á compasión al vulgo, no dejando engaños, ni ruegos, ni artificio alguno para animar los sospechosos y conservar los dispuestos. Ya se hallaba un buen número de gente junto á Seleucia, cuando Tiridates, atemorizado á un mismo tiempo de la fama y de la llegada del mismo Artabano, estaba todavía irresoluto y combatido de varios consejos: si iría luego á encontrarle, ó si trataría la guerra maduramente. Aquellos á quien agradaba la guerra y las prestas resoluciones alegaban el estar los enemigos desordenados, cansados del largo viaje, ni aun bien dispuestos á obedecer, siguiendo al mismo á quien poco antes babían sido traidores y enemigos. Mas Abdageses proponia que se volviese á Mesopotamia, donde con la oposición del río, juntados los Armenios y Elimeos, y levantados los otros á las espaldas, aumentado el ejército de milicia confederada y de los soldados que enviaría el general romano, se podría con más seguridad tentar la fortuna. Prevaleció este voto por la mucha autoridad de Abdageses y por no ser Tiridates experto en los peligros; mas fué la retirada especie de huída, comenzando á desbandarse los Árabes, y los demás á retirarse á sus casas ó al campo de Artabano; hasta que reducido Tiridates con pocos á Siria, dió á todos ocasión de rebelarse sin vergüenza.

En este mismo año fué Roma ofendida grandemente del fuego, quemándose una parte del circo pegado al Aventino y todo el mismo Aventino; de cuyo daño resultó gloria á César, habiendo pagado el precio de las casas y de los barrios aislados con dos millones y medio de oro (cien millones de sextercios). Fué tanto más agradable al vulgo esta liberalidad, cuanto él se deleitaba menos en fabricar para sí, no habiendo hecho en público más que dos edificios, es á saber: el templo de Augusto y el tablado en teatro de