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EL ALMA DE LA MUJER 83

de formular los solemnes votos, aquel traje bordado en oro y con estrellicas que sus hermanas lucían y que sobrinillos, deslumbrados, miraban con ojos de asombro y maravilla.

El traje, los adornos, las alhajas, son para la mujer el blasón con que da a entender a la gente que no la conoce su clase social, su riqueza, o la clase social en que quiere que se la incluya; la prueba con que demuestra el grado de cariño que le tienen el marido, sus padres, etc.; la bandera con que significa la clase de mujeres a que entiende pertenecer, si a la de aquellas que anhelan llamar la atención o a aquellas otras que aspiran a que se las ame y considere, si a las antiguas o a las modernas, etc.

Los trajes son la creación que le ha permitido exponer al público, para moverlo a admiración, sus faculades de inteli- gencia, gusto, estética y maña.

Una alhaja, un bello traje, representan para la mujer lo que para el hombre la Cruz de Caballero, la Academia o el Senado; es el diploma de reconocimiento de su valer y del de su familia y de la estima en que sus deudos la tienen. Efec- tivamente, la mujer no luce sus trajes con el marido, sus deu- dos y las personas que conoce, porque con ellos deja de ser ya el vestido una bandera, un blasón, una medalla. Hace os- tentación de elegancia únicamente cuando sale a la calle, cuan- do ha de exponerse a las miradas de la gente que no la co- noce y, sobre todo, cuando ha de exhibirse entre un público cuya atención desea llamar, como en una fiesta o un baile...

Obsérvase, además, que la mujer burguesa hace ostenta- ción de todo lujo en la calle o en el teatro, donde precisa- mente se congrega el público que la mira y la juzga y cuyo fallo tiene a sus ojos gran importancia; mientras que la se- ñorona que desprecia a ese público, sale a la calle muy mo- destamente vestida y reserva sus trajes elegantes para los sa- lones, para las cenas y los tes, donde se reúne ese otro públi- co a cuyo juicio favorable aspira.

Nótese también que la mujer prefiere ponerse un traje, por feo que sea y por mal que le esté, siempre que correspon- da a su categoría social, antes que otro más lucido, pero que sea propio de una jerarquía inferior. La indumentaria se cob- vierte en estable, con la estabilidad de la jerarquía; se detie- ne, queda consagrada para siempre en las órdenes religiosas,