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EL ALMA DE LA MUJER 201


que le permita abarcar las muchas desventajas que de otra suerte se acarrearía, para conservarse honrada, sincera, altruís- ta, púdica y modesta, y cultivar su inteligencia y su corazón cuando el hombre, a cuyo amor aspira sin cesar, admira y aprecia tan poco esas cualidades, dejándose, en cambio, des- lumbrar y seducir tan fácilmente por la estética, aun artifi- <iosa, el capricho, la adulación servil y descarada, y la proca- cidad que con frecuencia logran de él lo que no consigue la virtud.

COMO CONCILIAR LOS DOS CONCEPTOS

El hecho de que la mujer sea amada con un criterio dis- tinto del suyo—en modo diferente a como ella desea—, constituye un drama terrible en su vida. Por lo cual, desde que el mundo es mundo, se ha intentado atenuarlo en inte- rés de los individuos y de la sociedad, o mejor dicho, en in- terés de la sociedad y de la mujer, ya que ésta es la que sale principalmente sacrificada en el amor. Si el amor del hombre es voluble y multiforme y el de la mujer permanente y ex- clusivo; si el amor de la mujer se funda en la razón y en la pasión del hombre, ninguna ley—pensaron los antiguos— podrá reducirlos a un solo criterio; pero sí será posible li- mitar el alcance de las tragedias que de ese antagonismo se derivan; y a esa tarea se aplicaron. Habida cuenta de que en el amor de la mujer entran tres cuartas partes de devoción, admiración y anhelo de proteger y ser protegida, y de que para ella amar es todavía más necesario que ser amada, bus- caron los antiguos el modo de garantizar a cada mujer un mínimo de protección, aprecio y admiración de parte del mundo masculino: de garantizar a cada mujer, en su familia o en su comunidad, algún ser—hermano, hermanita, enfermo o niño— a cuyo cuidado consagrarse, es decir, intentaban prevenir el abandono moral y material en que el hombre tien- de a dejar a la mujer, uniéndolo a ella con el vínculo del ma- trimonio.

A cambio de eso pidiéronle a la mujer una moralidad superior. Tal solución no suprimía todos los choques, ni pretendía ser una panacea absoluta para todos los males, ni pensaba en poner en tela de juicio la existencia de los dos