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EL ALMA DE LA MUJER 131 AAA NARRADA DAD

réussit si facilement?—dice madame Lauth Thomson en sus Cahiers d'Yvonne—cela m'enivre et me lasse tout de suite”.

“Obtengo el efecto que quiero, y quiero lograr sin saber cómo y no sé corregirme sin destruirme. Lo que hago viene ello solo y me llena de estupefacción y me detengo de pron- to; miro, y pasado aquel instante de embriaguez, ya no estoy satisfecha, veo defectos que quisiera corregir y es un dolor. No tengo técnica; abomino de mi talento.”

Esta dificultad de sumar a la inspiración la técnica que madame Thomson tan francamente expresa, ocúltanla las demás mujeres a la sombra de ese desprecio que muestran por cuanto no es obra de la inspiración o diciendo así en globo, que la perfección la aburre. Madame Cottin, que introdujo en Francia en el siglo XVIII el género romántico, en el pró- logo a su primer trabajo, Claire d' Albe, pergeñado en quince días, dice: —““El público estará en su derecho al hablar pestes de mi obra si le aburre, pero como más me hubiera aburrido yo corrigiéndola, la doy tal y como me salió”.

Pero, ¿cómo la mujer que muestra tanta paciencia en labores menudas de aguja o de copiar, acredítase de tan poca para perfeccionar sus propias obras y aplicarles la técnica? Es que el perfeccionar es para ella un trabajo contra natura, mientras que el obrar forma parte de su naturaleza.

Obsérvese que si el proceder por intuición limita las po- sibilidades de perfeccionar al modo masculino, no limita, sin embargo, todo perfeccionar en absoluto. El intuitivo suele tener la intuición de lo que no está bien, y cuenta con medios empíricos, semejantes a los mnemotécnicos, que le permiten saber cuándo un trabajo está bien o está mal, cuándo acertó o no a aplicar una teoría; medios que surten el mismo efecto que el razonamiento deductivo. Para mí, una cosa que escri- bo o leo está bien, cuando me parece breve, es decir, cuando puedo resumirla sintéticamente en unas cuantas frases. Cuan- do tenía que prepararme para los exámenes—y me he exa- minado centenares de veces—, estaba segura de mi asigna- tura cuando me parecía breve.

Mi padre, que para hombre era muy intuitivo, dispo- nía de recursos de esa índole, Encontraba bien un libro cuan- do hallaba en él todo lo que buscaba, cuando su idea gene-