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EL ALMA DE LA MUJER 127 sión un arte cualquiera, a expresar con sujeción a reglas de- terminadas su pensamiento; pero cuando ni ellos ni ellas pueden ir a una escuela ni seguir método alguno, son aquellos hombres al agua, mientras que las chicas saben salir muy bien del paso. Y ésta debe ser una de las razones por qué ha ha- bido antes escuelas para niños que para niñas, ya que aquí- lias representaban una verdadera necesidad, mientras las otras no eran tan precisas, ya que la mujer lograba a maravilla aprender de oídas, por pura intuición, cuanto le hacía falta para bandeárselas en esta vida.

No habrá quien no haya tenido ocasión de ver cómo la más encopetada señora se transforma dentro de su propia familia, en médico, cocinera O tapicera, no bien lo requiere la necesidad, y cómo toscas j¡ugareñas, encumbradas de pron- to, saben adaptarse perfectamente a lo que pide su nueva posición social. :

Las damas de la aristocracia francesa, educadas única- mente para el enredo y la trapisonda, en la corte de Luis XVI, al verse expulsadas de Francia por la Revolución, sin un céntimo y con sus familias, hallaron en'sus manos, que resultaron como por arte mágica, diestrísimas de pronto en el bordado y la cocina, la salvación de sus esposos e hijos que, con la mejor voluntad del mundo, no lograron, sin em- bargo, imitarlas.

Pero sin ir tan lejos, en aquellos instantes en que a to- das las mujeres de los países en guerra, se les pidió la con- tribvción de su actividad, tuvieron múltiples ocasiones los hombres de observar, con asombro no exento de envidia, cómo sus mujeres, a las que sólo creían capaces de coquetear o bailar el tango, se transformaban rápidamente en comer- ciantes de primer orden. en enfermeras habilísimas, en orga- nizadoras de los más complicados y diversos géneros de artes y oficios; y todo eso merced a la intuición, sin haber apren- dido nunca el arte o la industria que tan a fondo acredita- ban saber.

La mujer-—y la guerra lo ha demostrado—ha podido substituir rápidamente al hombre en muchos de sus oficios, siendo así que a duras. penas logra aquél cuando se queda viudo, substituir a la mujer en esas sus, al parecer, tan modes- tas funciones de gobernar la casa.